Fuimos fantásticas una vez

15.09.2025

A continuación muestro un párrafo perteneciente a la obra Almería, de José Luis López de Lizaga, que inspiró esta reflexión:

No veo en esta imagen a dos personas extraordinarias. No lo éramos entonces, ni lo fuimos después. Veo a un padre y un hijo a punto de subir a un tren que los llevará a París. Veo a mi padre. Ni él era el hombre excepcional que yo veía en él, ni nuestro piano es ese instrumento asombroso y único que siempre creímos o quisimos que fuera.


Mi mente suele cavilar por estos dos diferentes caminos: por un lado, nosotras, mi mejor amiga y yo, nunca fuimos diferentes ni especiales, ni descubrimos mundos nuevos, ni los unicornios han existido jamás; por el otro, la magia es real, y nosotras jugamos con ella durante unos años. A pesar de que las creencias que poseía a los 9 años hayan sido progresivamente falseadas, todavía creo haber estado totalmente en lo cierto en algunos asuntos. Lo importante sí era querer a mi mamá, cocinar plantas y pintar piedras. Eso es lo verdaderamente valioso: el amor, el contacto, el arte. Por un momento casi me alejo de todo ello creyéndolo irreal. Ahora estiro las yemas de los dedos hacia mi horizonte de creencias y exclamo oraciones acerca de las hadas del bosque, que por las noches danzan en comunidad. Hay un ápice de ilusión que permanece. Hoy me dará igual lo que es real, hoy todo va a ir bien. Hoy todo puede estar bien. Todo puede ser extraordinario si así lo deseamos, pero a menudo nos vemos sumidxs en una realidad frustrada y desencantada. ¿Será un mundo de fantasía insólita lo que me salve? ¿Era eso lo que me mantenía viva? Como el gran Borges afirma en su Historia del guerrero y de la cautiva, todo individuo es único e insondable. Todo el mundo fue extraordinario en algún momento, incluso si tan solo lo fuimos en el corazón y en la intención. De hecho, todo el mundo todavía puede ser extraordinario, incluso si tan solo lo somos en el corazón y en la intención.

Brota en mi mente el recuerdo de una tarde del pasado agosto. Mi padre, con intención de atajar un camino, propone cruzar por barro. Sujeto su cámara entre mis manos con mucha fuerza, porque es muy cara. Él me sujeta del brazo para que no resbale y dice, te tengo. El resto de la tarde hicimos fotos al sol danzante. Aquello fue extraordinario. Y él, efectivamente, fue único e insondable, o al menos lo quiso ser, y hoy quiero dar crédito a su deseo.