Orillas del Manzanares. Otoño.

Cuando el narrador de En busca del tiempo perdido siente de repente una sensación inexplorada apenas sorber su té, él procura, sin mucho éxito, averiguar lo que le está ocurriendo. Cavilando, él expresa lo siguiente: Grave incertidumbre esta, cuando el alma se siente superada por sí misma, cuando ella, la que busca, es justamente el país oscuro por donde ha de buscar, sin que le sirva para nada su bagaje. ¿Buscar? No solo buscar, crear.
Esta misma reacción a la que nos referimos, como la de la magdalena de Proust, es precisamente la que tuve cuando vi por primera vez el cuadro Orillas del Manzanares. Otoño, de Aureliano de Beruete. Supe, casi de inmediato, que la visión de la imagen había generado en mí algo más que asombro. En la página web del Prado (museo donde dicha obra está actualmente expuesta), la descripción del cuadro afirma que los distintos términos [pinceladas] funden estrechamente sus contornos sin que puedan averiguarse a penas los perfiles y límites de los objetos representados. Quisiera pensar que mi propia imaginación, esa especie de collage burkeliano, que disfruta hallando semejanzas entre los objetos de la realidad y las imágenes mentales, supuso en mi búsqueda ese mismo conjunto términos [recuerdos] sin contornos donde yo no era capaz de encontrar una respuesta satisfactoria.
Algo después me percaté, como dice Proust, de ese ecosistema de recuerdos al que me había retrotraído desde un inicio: este cuadro me había traído de vuelta al octubre de 2020. En un principio emergieron en mi cabeza las imágenes de un viaje concreto que yo había hecho con mi madre, pero inevitablemente sentí asimismo el hilo de sucesos de todo aquel otoño. A diferencia de la infancia del narrador de En busca del tiempo perdido, ese ecosistema no correspondía con una etapa feliz. Así que, al final, ese primer encuentro con el cuadro dejó en mí un poso de enorme melancolía.
Unos días después escribí una serie de anotaciones en mi diario de las cuales quisiera destacar estas líneas: Mis recuerdos son reescritos para generar escenarios que no ocurrieron jamás y que están sucediendo ahora mismo mientras me proyecto más allá del cuadro y mi imaginación vaga. [...] Siempre digo que lo mejor de olvidar es no saber (exactamente) lo que se está olvidando. En esta ocasión creo saberlo, pero quiero recordar una vida más feliz. Hoy, un abrazo existió si puedo imaginármelo.
Algunas semanas más tarde asistí a un seminario acerca del concepto de lo sublime para los americanos de los siglos XVIII y XIX, donde una compañera dijo algo similar a lo siguiente: A partir de este paisaje pudieron volver a empezar a mirar las cosas otra vez. ¡Madre mía! Pensé, esto me ha ocurrido a mí. Esa misma noche volví a mis anotaciones, donde podía verse una clara intención de reinventar mi identidad a través de una hábil modificación de recuerdos. Quise percibir un pasado diferente para lograr un futuro diferente. Pero estas líneas que yo misma había redactado ya no me convencían, puesto que se dejaba atisbar entre ellas una especie de autoengaño. Pensé, no pretendo olvidar lo que ocurrió, sino poder recordarlo con otras emociones.
Quise entender el proceso que había sufrido a raíz de ese encuentro con la obra de Beruete, para lo cual eché mano de conceptos que habían sido mencionados en clase, comenzando por el de eternidad. ¿Pretendo yo, acaso, lograr eternidad? ¿Está ese anhelo en mi mirada cuando observo arte o cuando lo creo? No, pensé, solo quiero el tiempo suficiente para resolverlo todo. Aunque dicho así, casi parece lo mismo. Quizás podría decirse que busco la eternidad, si con ella comprendemos la esperanza de tener ese tiempo suficiente. Cabría la posibilidad, además, de hilar esto con el concepto de amor. Me explico: para mí el amor implica necesariamente esperanza, cuando yo amo algo o a alguien es porque despiertan una esperanza en mí. Por tanto, tener un anhelo de eternidad quizás signifique algo similar a tener un anhelo de amar, o de ser amada. Si el pasado ha sido horrible, espero que la belleza del mundo, esa belleza que yo tanto amo, pueda ayudarme a sobrellevarlo. En seguida escribí en mi diario otra serie de anotaciones, entre las cuales se encuentra la siguiente: Que mi arte me ayude a reformularlo todo, incluso si lo hace cuando yo ya no estoy.
Beruete pintó este cuadro apenas tres años antes de su fallecimiento. No puedo saber si había algo que él quisiera obtener de este cuadro, o si pintarlo pudo ayudarle de alguna manera. Pero lo que sí sé es que ha abierto en mí la posibilidad de un mundo más bonito. De ahí también otra posible perspectiva del carácter eterno del arte, su particular modo de poder afectar a lo largo del tiempo.
Volviendo a lo que decía, si amo algo, eso implica que tengo esperanza por algo, y por tanto hay un futuro que se dilata ante mí. Amo este cuadro, ergo, tengo un futuro en esta vida. Incluso si no puedo volver al pasado físicamente, yo puedo volver a amar. Esto podría incluso dotar de algún sentido nuestra vida, en fin.
Mirando la otra cara de la misma moneda, podríamos hablar también del concepto de desamor (comprendido como un rechazo). Cuando yo veo una obra que me desagrada, tampoco puedo volver a mi vida como si nada, puesto que hay una molestia, una confusión, que permanece en mí y que me impulsa a mirar atrás. Podría decirse, entonces, que la nostalgia es una especie de desamor: yo miro hacia el pasado y la nostalgia me devuelve la mirada, pero esa mirada no es otra que la mía propia, la de un amor que busca ser satisfecho, la de un anhelo de tranquilidad. La nostalgia no es otra cosa que una esperanza que se ha perdido por la calle, y si no logro la paz que busco es porque ahora poco puede hacer por mí un pasado truncado. Volviendo al arte, el pasado me devuelve la mirada de igual manera que un cuadro angustioso y siniestro como Saturno devorando a su hijo de Goya. Hay muchas cosas que este cuadro de Goya -al igual que cualquiera de sus Pinturas Negras-, puede hacer por mí, pero nunca me hará sentir amada. A menos, claro está, que entre en plano algún nuevo suceso que me permita verlo de otra manera.
Esta idea de un pasado que me devuelve la mirada me recordó a la canción de Mitsky donde ella dice ver un bosque en llamas, mientras que ella resulta ser ese bosque y también el fuego que lo hace arder (I've been a forest fire / I am a forest fire / And I am the forest and I am the fire / And I am the witness watching it). Le comenté esto a Diego y él me recordó otra cita, esta vez de la película Sans Soleil: ¿Quién ha dicho que el tiempo cura todas las heridas? Sería mejor decir que el tiempo cura todo menos las heridas. Con el tiempo, el dolor de la separación pierde sus límites reales. Con el tiempo, el cuerpo deseado desaparecerá, y si el cuerpo que desea ha dejado ya de existir para el otro, entonces, lo que queda es una herida... sin cuerpo.
Tratando de llegar a una conclusión tras esta larga reflexión, escribí, una vez más, lo que se me pasaba por la mente: A veces el dolor es lo último que te queda de algo, es lo único que parece sostener la conexión entre el objeto amado y tú (y permanecerá mientras persista tu amor por él, tu esperanza en él). Dejar atrás el dolor implicaría dejar ir totalmente, y a veces esto solo parece posible en caso de olvidarlo. [...] Sin embargo, a veces aparece algo nuevo que te permite volver a mirar atrás desde otro punto de vista. Aquí y ahora, en un momento más feliz que el que viví, puedo volver a mi recuerdo a través de este cuadro y mirarlo con esperanza, hacer las paces con cómo las cosas fueron, porque ya no son así. Esto podría quizás relacionarse con ese concepto arendtiano de una perpetua posibilidad de natalidad -de comienzo, de espontaneidad-, que juega con los elementos del perdón y la promesa.
Puedo decir que ya no niego el dolor, solo comprendo que la vida no es únicamente dolor; y que mientras yo pueda sentir la belleza del mundo, yo amaré la vida. Como dice el protagonista de Memorias del subsuelo: Si se ama, uno puede disfrutar de la vida incluso sin ser feliz.
Tras mi presentación en el Prado, Alejandro me recomendó la película Petite maman. Procuraré verla pronto.
