Tratado sobre la mar

No me considero capaz de estar junto al mar y no sentirme sola. Es quizás lo más cercano a evitar dar un abrazo cordial a quien sabías que no quería dártelo desde un principio. El mar es un abrazo jamás ocurrido. Es melancolía, nostalgia, calma en su mejor día. Sin embargo, no lo calificaría como algo negativo. Desde luego no me hace sentir feliz, pero tampoco me genera una pena insoportable.
Sea como sea, cuando estoy medio sumergida en el mar, como ahora, no puedo evitar sentirme de un cierto modo. Quizás también me aproximo a él con cierto anhelo de una vida que nunca he tenido y puede que jamás tenga. Pienso en vivir en un puerto y oír el rugir de las olas cada noche. Sería el tipo de persona que se compra una bicicleta con cesta para ir por el paseo junto a la playa antes de ir a comprar. A pesar de que no me guste la humedad, ni las sardinas, ni la crema de sol, ni la sensación de no poder limpiarte de arena. Tendría que hacer las paces con todas estas cosas en el caso de seguir con mi sueño de vivir en dicho puerto, porque a pesar de tener cosas que no soporto, también cuenta con un algo que me hace sentir que, por lo que sea, pertenezco aquí. Casi como una familia.
De cualquier modo, en esta ocasión no he venido a la playa para pensar en un futuro que todavía no me pertenece, ni para nadar ni bucear, ni para saltar olas, ni hacer castillos, y desde luego no soy lo suficientemente intrépida como para haber venido para hacer surf. En realidad no sé qué hago aquí. Es posible que solo haya sido por inercia, parece que si te proponen una ocasión para meterte en el mar, es de mal gusto rechazarlo. Pero no sé qué hago aquí.
Puede que todo este viaje sea porque estoy a siete días de cumplir 18 años. Menuda semana dorada, la previa al cumpleaños de unx. Parece que tienes que vivir lo no vivido los últimos 12 meses, como si el cambio de edad no llevase pisándote los talones todo este tiempo.
Puede que los 18 no sean mucho, pero suenan a susto. Suena a responsabilidad. La gente habla con tranquilidad sobre cómo a los 18 puedes ir a las discotecas, y beber, y conducir. Hablan de los 18 como señal de libertad, pero no como señal de que deberías saber afrontar ciertas cosas con dos dedos de frente. Te damos el beneficio de la duda, duda de que sepas distinguir hasta dónde una broma es broma y hasta dónde es un conflicto. Pero no quiero ser tan mayor como para que la gente me considere capaz de diferenciar nada, incluso si lo sé hacer.
Con los cumpleaños también parece que viene una ola de inseguridad y dudas, como quien va a la fiesta de Nochevieja pensando en sus propósitos de año nuevo y sabiendo que son los mismos que hace un año. Parece que el mundo se te hace un año más grande y eso da pie a una infinidad de dudas todavía más grandes que si teñirme de negro esta semana o la que viene.
Más o menos puedo organizar cómo van a ir los días restantes. Siendo hoy 11, sé que el 15 vuelvo de las vacaciones, el 16 desharé las maletas y deberé estudiar para el examen teórico de conducir (que más me vale aprobar), el 17 tendré el examen en cuestión y habré de preparar la fiesta, y el 18 dicha fiesta se llevará a cabo. Y hasta ahí puedo contar. Eso es lo que con certeza sé que va a pasar. El 19 con toda la honestidad del mundo probablemente lo dedique a descansar. Más tarde sé que, veamos, el 22 me quitan los brackets, el 23 recoger las fundas, el 24 llevaré cosas a mi nuevo piso al que me mudaré próximamente, y la última semana de agosto (26-31) deberé dedicar cierto tiempo a prepararme para un examen de recuperación que tengo el 1 y a pulir unas obras de teatro de las que soy participe.
Ahí me planto en el 1 de septiembre, con la presentación de la universidad y el examen de recuperación, sin saber muy bien a qué he dedicado el verano.
Sé que los primeros tres meses de universidad serán duros, porque me conozco y los primeros tres meses siempre lo son. Tengo que conocer el medio para adaptarme a él. No dudo en que vaya a ir bien el curso, es solo que es más de lo que quizás querría tener que afrontar. Pero esté preparada o no voy a tener que hacer exactamente lo mismo.
Un día que despierte con coraje en el bolsillo quizás vaya a tomar algo con la gente de clase, y quizás ellxs intenten darse a conocer hablando sobre temas políticos, o quizás sobre otros temas más bien triviales. Prefiero los segundos porque es más fácil defender tu opinión meramente con el argumento de que es tu opinión.
Cuando vea que el terreno es el de la conversación trivial, defenderé preferir el frío al calor. Pero la chica de mi derecha me hablará sobre cómo no sé de lo que estoy hablando, y argumentará su opinión, la defenderá a capa y espada, acusando de injusticia a quien ose llevarle la contraria, y nos hará gracia, al menos a mí. Entonces ella dirá que probablemente solo prefiera el calor porque en verano ve a sus amigas de la playa, donde pasa unas semanas todos los julios. Y de repente estoy otra vez en el mar.
Estoy mirando al horizonte, y es brillante. Bajo la mirada para ver las algas que chocan con mis tobillos y al girarme veo a mi hermana unos metros detrás de mí. Me mira y alza las cejas.
¿Qué? Dice.
Está más templadilla de lo que esperaba. Contesto yo.
